Los Tehuelches, patagones o aonikenk es el nombre genérico dado a un conjunto de etnias amerindias de la Patagonia y la región Pampeana en América del Sur, que compartían varios rasgos culturales, aunque estaban divididos en varios grupos que hablaban lenguas diferentes, algunas de las cuales estaban emparentadas entre sí. Este conjunto de etnias suele denominarse Complejo tehuelche.
En la actualidad el término tehuelche referencia a los supervivientes de la rama continental austral del grupo, autodenominados aonek'enk, centrados en las provincias de Santa Cruz y del Chubut en la Argentina. Su situación en Chile es de completa extinción, donde fueron vistos por última vez alrededor de 1927, se cree que con destino a la reserva de Camusu Aike.
Cultura.
Los tehuelches fueron originariamente cazadores, añadiendo la pesca y la recolección de raíces, semillas-con las que hacían harinas- y mariscos. Básicamenta fueron cazadores seminómades, especializados en la caza del guanaco y del avestruz. Tras la araucanización (Proceso de influencia araucana en la patagonia), se intensificó el uso de la boleadora, que con el caballo resultó más efectiva para la caza.
Preparaban bebidas con jugos de plantas no fermentados.
Su vestimenta fue básicamente de piel, y utilizaban adornos, pinturas y plumas.
La vestimenta era el manto de pieles pintado usado con el pelo hacia el interior. Utilizaban unas vinchas en la cabeza, llamadas "cochel" de lana o algodón; diademas de plumas; y pintura blanca en el pelo largo, dispuesto a llevar con él las flechas.
Organización.
La sociedad tehuelche estaba organizada por clanes y familas, polígamas en la medida de las posibilidades económicas, pues el matrimonio se efectuaba por compra. El matrimonio se llevaba a cabo mediante la compra de la mujer, después de obtenido su consentimiento Se formaron cacicatos con territorios delimitados. Los jóvenes, alrededor de los veinte años se incorporaban a los guerreros.
Los viejos, hombres y mujeres, se dedicaban a la medicina y hechicería, curando a los enfermos con procedimientos de magia.
Los muertos eran enterrados en posición extendida en la cima de las colinas, cubriéndolos con piedras; estas tumbas se llamaban "chenques". Una vez muerta una persona, se prohibía pronunciar el nombre del muerto.
Organización social.
El gobierno era ejercido por caciques, cuyo cargo era hereditario. El modo de vida que llevaba este pueblo era nómade, debido a la búsqueda de los mejores sitios de caza. Cada nuevo traslado implicaba el paso a una región no afectada por derechos de caza reconocidos a otras tribus, o el compromiso de aceptación de las que pudieran sentirse perjudicadas. La violación de los límites jurisdiccionales de esas posesiones implicaba la guerra. Los tehuelches tenían instituida la esclavitud .El esclavo era puesto a las órdenes de la mujer principal, quien le indicaba sus obligaciones domésticas. La autoridad paterna era dócilmente aceptada por los hijos ,como así también por los yernos.. El pueblo era monógamo. Los hombres, de todos modos, podían tener todas las mujeres que pudieran mantener. Era costumbre entre los hombres mantenerse solteros hasta los veinte años, por una cuestión económica.
Relación con blancos.
Los tehuelches se destacaron por su buena relación con los españoles y criollos; fueron comedidos, dóciles y serviciales. Se mostraron solidarios con los navegantes y los colonos galeses. Poseían un gran sentido de hospitalidad y camaradería. Fueron gente de paz, tal como lo documentan Viedma, Musters, Moyano y Moreno.
Arte Tehuelche.
La pintura, clave en el arte tehuelche, fue utilizada sobre distintos soportes. En el cuerpo, utilizaban pinturas faciales y corporales a manera ceremonial y, cotidianamente, como protección contra el clima. Las pinturas de distintos colores fueron hechas en base a grasa animal. También se tatuaron por medio de incisiones en la piel. El exterior de sus mantas de cuero de guanaco, llamados kais o quillangos, era ricamente decorado con coloridos dibujos geométricos. Un quillango necesitaba unos trece cueros de guanaco, de preferencia de la cría, el chulengo. Como parte de la vestimenta, también calzaron botas de cuero, primero hechas de guanaco y luego de potro. En todos estos soportes se observa un estilo común: motivos simples, principalmente geométricos (puntos, líneas, círculos y grecas); pero incorporando también figuras naturalistas, la más común fue la impronta de manos. Así mismo destaca el juego de naipes, al que llamaron berrica o birk, asimilado del contacto con los barcos de paso o por la movilidad que les otorgó el caballo. Manejaron tanto la baraja española como la inglesa, pero especialmente la adornada con sus propios motivos. Las hacían con cuero de guanaco, de un tamaño de unos 8 x 5 centímetros. Igualmente incorporaron los dados que fabricaron con huesos de huemul.
Arquitectura.
Sus casas eran sencillas y fáciles de desarmar. Sus viviendas estaban construidas con pieles de guanaco. La vivienda Tehuelche, estaba constituida por él para vientos de cuero y el toldo, que tenían una división entre áreas de mujeres y de varones. El toldo es una adopción posterior de los pueblos pampeanos, pueblos más antiguos patagones utilizaban sólo paravientos.
La influencia araucana modificó al toldo en cuanto al tamaño, ampliándolo. Se sostenía con palos decrecientes hacia atrás y se cerraba con una cortina de cuero por delante.
Religión.
Como en el caso de muchas otras etnias que no desarrollaron una estructura estatal, no poseían un sistema sectario religioso (liturgia y estructura vertical) como en occidente tal cual se suele entender comúnmente, es algo antojadizo; los tehuelches, como todos los pámpidos, tenían sistemas de creencias basados en mitos, y ritos, no existiendo un sacerdocio sino el tipo de función que suele ser llamada chamanismo. Sus chamanes ejercían la medicina con la ayuda de esos espíritus.
Por otra parte los tehuelches creían en espíritus de los matorrales y en una deidad suprema que creó el mundo pero que no interviene en él. Una de las versiones cosmogónicas es el mito según el cual la deidad llamada Kóoch ordena lo confuso creando los elementos diferenciados; destaca que similarmente en Tierra del Fuego los selknam mantenían el mito según el cual el creador del mundo, es una deidad conocida como Kénos (casi segura variante del nombre Kóoch o, en todo caso, la denominación de que ambas deidades comparte una raíz común), quien fue enviado por el espíritu Temáukel. Una vez ya creado el mundo, habría llegado a la Patagonia El-lal (o Elal), hijo del gigante Nosjthej, quién creo a los tehuelches, y les enseño la creación del arco y las flechas.
Igualmente dentro de la cultura tehuelche se creía en tipo de espíritu o ser dañino llamado Gualicho, quién también está presente en la mitología mapuche más austral. Por ello, se postula que al parecer, el concepto de Gualicho habría sido introducido a la cultura tehuelche por el contacto con pampas y mapuches. Sin embargo igualmente se dice que tendría algunos elementos propios de las creencias tehuelches, por lo cual otros postulan que su origen podría provenir de este pueblo, o bien como una contrapartida de la cultura tehuelche que habría dejado su impronta en los mapuche.
Los tehuelches creían en la existencia de una fuerza superior benigna, que gobernaba en el cielo pero que no tenía injerencia directa en las cosas de los hombres. Veneraban chotacabras, algunos lagartos achatados y todo objeto o animal raro y desconocido. Los médicos hechiceros ejercían los métodos curativos. La muerte era rodeada de complejas ceremonias y, en las primeras épocas, la tumba se ubicaba en un lugar secreto. Más tarde estas costumbres cambiaron. Creían en El-Lal, Dios superior, creador de los indios y de los animales, exterminador de las fieras, civilizador del hombre a quienes había enseñado el uso del fuego y de las armas. También les transmitía el conjunto de sus ideas morales.
En su religión, aparece un ser supremo y un ser maligno (Setebos ó Kóoch y Elel ó El lal), junto con una multitud de dioses, comprendiendo el Sol, la Luna, Las Nubes, etc.; en torno a los cuales había una rica mitología. Se celebraba con fiestas la pubertad de las muchachas, y los patagones del sur tenían sociedades secretas. Existieron los hechiceros como intermediarios divinos y como curanderos.
Literatura Tehuelche.
Los tehuelches, como he dicho, carecen de medios exteriores para representar y fijar su pensamiento; pero no por ello olvidan los acontecimientos más remotos de su colectividad. En general están dotados de una memoria sobresaliente que apenas si disminuye con los años: de aquí que los ancianos sean como el archivo de los sucesos que han ocurrido en el pueblo tehuelche desde su origen mítico hasta el día; conservando los detalles más importantes de sus poéticas tradiciones, que desgraciadamente los ancianos ya no refieren en torno del fuego a los jóvenes tehuelches, amenguados en la estatura, corrompidos, alardeando de todos los vicios importados por la plebe cristiana.
Es cosa sabida que los dialectos bárbaros sudamericanos, con exclusión del quechua y del guaraní, cuentan con un reducido número de palabras, y que sus signos numéricos no pasan de cinco. Los tobas en el Chaco y los alacalufes en Tierra del Fuego son las agrupaciones humanas típicas a las que se puede aplicar este detalle lingüístico. Por lo contrario, los tehuelches tienen un sistema numérico que representa cierto progreso relativo. Hasta los niños saben contar de corrido de uno a cien, y aquellos indios que mantienen relaciones comerciales con los cristianos no sólo lo hacen sin equivocarse hasta mil sino que, también, formulan cálculos elementales, como sumar y restar.
Ambos sexos llevan en sí el sello peculiar en todos los pueblos indígenas sudamericanos, y éste es el de la tristeza; detalle que se advierte al primer golpe de vista. Es un aire doliente, pesado, lánguido e indiferente a la vez, y sin que ello importe el querer hacer una frase, diríase que el tehuelche retrata en su semblante la desolación, la árida monotonía del país en que ha nacido. Es poco dado a la risa, y cuando lo hace es a manera de estallido, anormal, como que su temperamento no se presta a tal manifestación.
Por otra parte, he observado que conversan poco y con cierta indecisión, que en las horas aflictivas se convierte en balbuceo. Dado este modo de ser, nada tiene de extraño que las manifestaciones de sus más íntimas alegrías, siempre breves, revisen un carácter de brusquedad turbulenta y salvaje.
Estos indios no se sorprenden de nada; todo lo miran con la mayor indiferencia, al menos aparente, y ni siquiera las obras arquitectónicas o mecánicas más notables despiertan en ellos signos externos de asombro. El cacique Papón visitó conmigo, no hace mucho, el Río de la Plata; mas nada llegó a alterar la fría serenidad de su rostro. Figurábame que todo le era conocido: ferrocarriles, monumentos públicos, instalaciones de industria, alumbrado eléctrico. Lo único que llegó a interesar su curiosidad fue la pareja de elefantes del Jardín de Aclimatación de Buenos Aires. ¡Oh! ¿Cómo llamar ese animal grande?... Ketcshk (lindo) agregó en su lengua; y se quedó callado, girando su mirada a otra parte.